ASOCIACIÓN TXINPARTA-FUERTE SAN CRISTÓBAL RED DE MEMORIA COLECTIVA

Somos un colectivo de personas implicadas en recuperar la memoria de las personas represaliadas en el Fuerte San Cristóbal: recuperar sus nombres, su historia colectiva y sus avatares individuales, sus muertes, sus enterramientos, su dispersión… y compartirlo con sus familias y con toda la sociedad. Este es el objetivo de la Asociación y este es el objetivo de este blog en el que esperamos tus visitas y tus aportaciones. Un saludo.

TXINPARTA-FUERTE SAN CRISTÓBAL ELKARTEA, MEMORIA KOLEKTIBOAREN SAREA

Gure taldearen helburua San Cristóbal Gotorlekuan errepresaliatuak izan zirenen memoria berreskuratzea da: beraien izenak, beraien historia kolektiboa zein bakoitzaren gorabeherak, beraien heriotzak eta lurperatzeak, dispertsioa… berreskuratu eta senitartekoekin zein gizartearekin partekatzea. Hauxe da elkarte honen helmuga eta baita blog honetakoa. Bertan eginiko bisitak eta ekarpenak eskertzen dizkizuegu.

domingo, 28 de febrero de 2016

ABEL SALVADOR FERNÁNDEZ

Preso del Fuerte de San Cristóbal nº 360.
Abel Salvador Fernández. Natural de Sahelices de Sabero, León, minero. Ingresó en el Fuerte el 3 de enero de 1937 y fue trasladado a la Prisión Central de Astorga, León el 11 de noviembre de 1942. 
Fue uno de los que se fugaron el 22 de mayo de 1938, capturado el Eugi y devuelto al Fuerte el 4 de junio.











70 años de la fuga del fuerte de San Cristóbal
Más de 500 personas homenajearon ayer en el monte Ezkaba a los presos y fusilados
GOIZEDER LAMARIANO . PAMPLONA Lunes, 26 de mayo de 2008

Más de 500 personas homenajearon ayer a los 795 presos republicanos que el 22 de mayo de 1938 se fugaron del fuerte de San Cristóbal, que albergaba a casi 2.500. De ellos, 585 fueron capturados; 207 fusilados en el monte, y tan sólo 3 consiguieron llegar a Francia.

Este homenaje en el 70 aniversario fue organizado por la asociación Txinparta. Aunque se creó en 1999, se celebra desde 1988. "Nos hemos juntado a las puertas del fuerte de San Cristóbal, un lugar lleno de simbolismo, familiares de presos de distintos lugares de España. Queremos vernos, celebrar pero, sobre todo, recordar, denunciar y reivindicar", destacó Koldo Pla Larramendi, de Txinparta.
El pasado verano, esta asociación colaboró en la exhumación de 6 presos enterrados en el cementerio de San Cristóbal. "Dentro de dos semanas empezaremos 26 exhumaciones. Hemos pedido una subvención. En este cementerio hay 131 presos. También queremos colocar placas con los nombres de los 203 fallecidos que fueron enterrados en los pueblos de alrededor, localizar las fosas comunes de los 207 fusilados en la fuga y recopilar los graffitis que dejaron los presos en el fuerte".
Antón Mascato, presidente de la Asociación por la Memoria de Galicia, explicó: "Desde que 2006 fue declarado en Galicia Año de la Memoria Histórica, el Barco y el Autobús de la Memoria han recorrido muchos pueblos. Ahora estamos promoviendo que la isla de San Simón, que durante la Guerra Civil fue un campo de concentración, se convierta en la isla de la memoria, algo que también debería hacerse en San Cristóbal".
El homenaje se completó con la música de tres txistularis del grupo de Barañáin, que interpretaron el Agur Jauna, el aurresku bailado por Ana Carmen Pla y Mikel Larumbe, y las palabras de cuatro familiares de presos. Uno de ellos era Rogelio Diz Fuentes, hijo de Rogelio Diz, preso y autor del himno que cantaban los presos y que tuvo que exiliarse en Méjico.
El momento más emotivo llegó con la intervención de Ernesto Carratalá García, preso en la cárcel de O Grove, en el fuerte de San Cristóbal y autor del libro Memorias de un piojo republicano. "Este fuerte fue un sepulcro de vivos en el que pasé año y medio con hambre y miseria material y moral. Aquel día memorable, el 22 de mayo de 1938, viví la experiencia más electrizante de mi vida. Fue un acto heroico pero, desgraciadamente, desastroso".
A sus 92 años, Abel Salvador Fernández, natural de León, acudió ayer al homenaje por primera vez. Él es otro de los supervivientes de la fuga. "Aquí estuve preso desde el 1 de enero de 1937 hasta finales de 1942 y luego me llevaron a Orense. El día de la fuga yo tenía 22 años y huí con Valeriano, un vasco, y con Agustín, otro preso que, como estaba enfermo del corazón, tuvimos que dejarlo morir en el monte. Nosotros estuvimos 12 días en el monte y, cuando estábamos a punto de cruzar la frontera a Francia, nos detuvieron. Mientras estábamos allí nos dieron vino y dos chicas pidieron vernos para saber si los rojos realmente teníamos cuernos y rabo. Una que era muy señorita dijo que yo era muy guapo y nos trajeron un paquete de galletas y una botella de coñac. Esa misma tarde nos trajeron a Pamplona en un autobús militar y al día siguiente nos subieron a San Cristóbal. Durante tres meses estuvimos incomunicados y sólo salíamos al patio media hora a las seis de la mañana", recordó emocionado Abel Salvador junto a sus 3 hijos, 6 nietos y 3 bisnietos.
Para terminar la emotiva jornada, 150 asistentes disfrutaron de una comida que se celebró en las escuelas de Ansoáin.

Publicado en el Diario de Navarra el 26 de mayo de 2008.

 Abel Salvador Fernández falleció el 1 de mayo de 2011 en Olleros a la edad de 95 años



miércoles, 24 de febrero de 2016

LAS DOS ÚLTIMAS CARTAS DE UN FUSILADO

Francisco Castro Berisa.
Entre los escapados, Navarra 1936, cita: “…Alguno de éstos decidió comenzar a caminar hacia la frontera francesa. Algunos lo conseguirán, otros serán detenidos…//… y trasladados al Fuerte de San Cristóbal”. Entre estos últimos, el 6 en octubre de 1936 fueron capturados en la fronteriza población de Ustárroz, Francisco Prado Gutiérrez, Emiliano Jiménez Martínez, Gonzalo Luri López y el alcalde Francisco Castro Berisa, que ingresarán en el Fuerte de Ezkaba el día 8 de octubre con distinta suerte. A Emiliano, condenado a muerte, se le conmuta la pena y en 1942 es trasladado a Astorga. F. Prado y G. Luri saldrán en 1940. El alcalde F. Castro, en sumario aparte, es condenado a muerte y fusilado el uno de febrero de 1937. Junto a estos cuatro azagreses detienen a otros dos fugitivos -quizá quienes les ayudaban a pasar-,  Ambrosio Eder y Félix Avizanda, que según el sumario ingresan en el Fuerte, si bien no figuran registrados. (TEXTO RECOGIDO DEL LIBRO DE FERMÍN EZKIETA, LOS FUGADOS DE EZCABA 1938)
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Francisco Castro Berisa fue ejecutado en Pamplona en 1937, en plena Guerra Civil. Antes de ser conducido al paredón se dirigió por escrito a su mujer y a sus cinco hijos. “Sed buenos y honrados, yo no os olvidare ni en la eternidad”, les decía.
La madrugada del 1 de febrero de 1937, “dos horas y cinco minutos” antes de ser fusilado en Pamplona por un pelotón de soldados del ejército de Franco, Francisco Castro Berisa reunió las pocas fuerzas que le quedaban y escribió dos cartas de despedida: una dirigida a su mujer y otra a sus hijos, demasiado pequeños aún. “No puedo más —les decía en aquel improvisado testamento—, no os haréis jamás idea de lo que vuestro padre sufre al escribir estas líneas, pero es lo mejor que puedo hacer en mis últimos instantes”.
A Francisco Castro lo habían detenido porque era socialista, delito más que suficiente para ser condenado a muerte en aquellos meses azarosos de la Guerra Civil. Trabajaba de herrero en la localidad navarra de Azagra, donde además había sido alcalde. Estaba casado con Serafina Compañety era padre de cinco hijos: PilarConchiFranciscoPiedad y Joaquín.
Francisco Castro y su mujer, Serafina Compañet, en una imagen tomada meses antes del fusilamiento. Francisco tenía 37 años cuando fue ejecutado. Era herrero.
Francisco Castro y su mujer, Serafina Compañet, en una imagen tomada meses antes del fusilamiento. Francisco tenía 37 años cuando fue ejecutado. Era herrero.
“Adiós, hijos míos —les escribió aquella madrugada—, tened presente que vuestro padre no muere ni por robar, ni por matar, esto es lo último, lo quieren matar por un ideal, y por el cual muero gustoso. No le traicionéis jamás, pero a pesar de eso no guardéis rencor ni venganza a nadie, mi signo estaba trazado así. Quered mucho a vuestra madre y sed buenos con ella, ya que no le queda otro cariño que el vuestro. Yo no os olvidaré hasta que caiga sin vida en el suelo de la Vuelta del Castillo”.
En octubre de 2003, cuando ya habían pasado más sesenta años desde la ejecución, los cuatro hijos de Francisco Castro que aún vivían se reunieron para ordenar los recuerdos que guardaban de su padre. Todos hablaban de él con cariño y orgullo. “Era de izquierdas, socialista, y luchaba por la igualdad y la democracia”, señalaba Conchi. “Leía mucho, en casa había montones de libros. Se preocupaba por todos, especialmente por los pobres. Había hecho grandes mejoras en el pueblo. El 1 de mayo de 1936 habló en la plaza a toda la gente que se había reunido con motivo del Día del Trabajo”.
Su hermano Francisco le relevaba en las explicaciones: “Mi padre trabajaba en la fragua. Tenía dos empleados. Ellos fueron los dos primeros trabajadores de toda Navarra que tuvieron una jornada de ocho horas”.
Con semejantes credenciales, su futuro se antojaba inquietante tras el rumbo que tomaron los acontecimientos después del 18 de julio de 1936.
“Tened mucha resignación en la vida, hijos míos —continuaba la carta—, como la tiene vuestro padre para escribiros en las últimas horas de su vida. No os avergoncéis ni ocultéis la muerte de vuestro padre a nadie. Un fuerte abrazo hijos míos, no puedo más, no os haréis jamás idea de lo que vuestro padre sufre al escribir estas líneas pero es lo mejor que puedo hacer en mis últimos instantes. Adiós, hijos míos, sed buenos y honrados, yo no os olvidare ni en la eternidad”.
Los cuatro hermanos Castro-Compañet, en una foto tomada en Calahorra en octubre de 2003. De izquierda a derecha, Joaquín, Pilar, Concepción y Francisco. Falta Piedad, que había fallecido seis meses antes. JOSÉ CARLOS CORDOVILLA
En 1936, cuando estalló la contienda, Pilar, la hija mayor de Francisco Castro, tenía once años, suficientes para intuir la gravedad de lo que ocurrió en su casa el día 17 de julio. El país estaba ya asomado al precipicio de la guerra y una pareja de la Guardia Civil se presentó por la tarde en el domicilio de los Castro-Compañet: “Tenemos orden de detenerle, pero no lo vamos a hacer”, explicaron los agentes a Francisco. Y añadieron un consejo breve y contundente: “Huya”. El alcalde de Azagra agradeció la visita, pero no consideró necesario darse a la fuga.
Cambió de idea al día siguiente, cuando empezaron a extenderse las primeras noticias de una rebelión militar en África que amenazaba con contagiarse a la península. Pilar evocaba la despedida paterna con sorprendente nitidez: “Nos reunió en un cuarto a los cinco hijos, a mi madre y a los abuelos, y nos fue dando un beso a cada uno. A mi madre le dijo: ‘Serafina, cuídalos bien a todos, que esto durará poco’. Y se fue”.
De pueblo en pueblo
A la familia no le fue mucho mejor en Azagra una vez que Francisco Castro desapareció del mapa: “Un conocido nos dijo que nos iban a despachar del pueblo y el 24 de julio, víspera de Santiago, nos fuimos a Calahorra, donde teníamos unos familiares”, contaba Pilar.
En la localidad riojana tuvieron una inesperada oportunidad de saludar al prófugo, que se presentó con su aspecto habitual disimulado por una gabardina y un sombrero. “Necesitaba dinero para pasar a Francia y logramos reunirlo entre varios conocidos de Calahorra”, relataban los hijos. “Cuando se lo dimos, se volvió a ir”.
Muchos días, por la noche, dos guardias civiles se llevaban a Serafina Compañet al ayuntamiento de Calahorra y le preguntaban sobre el paradero de su marido. Un día, harta ya de aquellos interrogatorios, trató de zanjar la cuestión: “Tengo cinco hijos pequeños. Si quieren, vienen al Arrabal, que es donde vivimos, y nos matan a todos, pero no les voy a decir nada”.
Los cinco hermanos Castro en una foto tomada al término de la Guerra Civil, hacia 1941. Su madre murió poco después, en 1946, a los 42 años.
No es fácil reconstruir las andanzas de Francisco durante aquellas semanas convulsas. Se sabe que logró llegar al Roncal junto a otros cuatro vecinos de Azagra y que hizo incluso una tentativa de cruzar la frontera por el monte, aunque tuvo que regresar, desorientado por la niebla. Fue precisamente al volver de aquella expedición cuando un grupo de carabineros le detuvo junto a los demás cerca de Uztárroz. Debían de ser los últimos días de agosto o los primeros de septiembre de 1936.
Fue conducido a Pamplona y después a Burgos, donde se le sometió a unconsejo de guerra. El general Franco firmó personalmente las siete penas de muerte que le impusieron. Una de ellas le atribuía la fabricación de pistolas en su fragua de Azagra. Sus compañeros de fuga obtuvieron penas más leves porque él asumió toda la responsabilidad. “Dijo al tribunal que era el alcalde y el que decidía, y que los demás se habían limitado a obedecerle”, precisaban los hijos.
Los detalles anteriores los fue refiriendo el propio Francisco Castro a su mujer durante las visitas que ésta pudo hacerle en la prisión de Pamplona, donde permaneció encerrado desde su detención hasta el día de su muerte.
Los detalles de la ejecución los supieron por una fuente sorpresiva: un joven de Azagra que se encontraba haciendo el servicio militar en Pamplona y que fue obligado a formar parte del pelotón de fusilamiento. El muchacho se puso en contacto con ellos pocos días después de los hechos y, muy compungido, les describió los últimos minutos de Francisco Castro. Al reo —les contó— le taparon los ojos para que no viese a los verdugos, pero él se quitó la venda y dijo que no tenía inconveniente en conocer a los que le iban a disparar. Descubrió entonces a su paisano y dio un par de pasos hacia él. “¿Qué hace?”, le preguntó el oficial que dirigía el piquete. “He visto a uno de mi pueblo y quiero saludarle”, respondió el condenado. El militar se lo permitió y el alcalde de Azagra dio un sentido abrazo al joven recluta. “Tú no te preocupes por mí y dispara como los demás, que es lo que tienes que hacer”, le dijo.
Disparos al aire
A Francisco Castro le habían propuesto la posibilidad de confesarse, pero la rechazó. En cambio, tomó entre las manos un crucifijo que le ofrecieron y se quedó mirándolo unos segundos. “Voy a morir como él, por la humanidad”, comentó.
A continuación, muy tranquilo, dirigió unas palabras a los soldados que formaban el piquete. Les dijo que hicieran bien su trabajo. “Si hay un Ser Supremo, le pediré que os perdone”, se despidió. Todos quedaron muy afectados, también el oficial. “Es una pena que a un hombre así se lo vayan a comer los gusanos”, le oyeron decir sus hombres.
Cuando dio la orden de disparar, las balas rozaron el cuerpo de Francisco Castro sin alcanzarle. Lo tuvo que matar el responsable de la ejecución valiéndose de su pistola. El cadáver fue llevado al cementerio de Pamplona.
La noticia del fusilamiento llegó a Calahorra casi a la vez que las dos cartas que Francisco Castro escribió en su última madrugada. Las misivas las echó al correo el capellán de la cárcel, que había trabado amistad con él y que también puso unas líneas a la viuda: “No ha querido confesarse ni comulgar, pero no se preocupe, que ha muerto con la conciencia muy tranquila”, la consolaba.
Casi podría decirse que Serafina Compañet murió también en aquel momento. Aún vivió físicamente un tiempo más y sacó adelante a sus cinco hijos trabajando en varios sitios a la vez, hasta morir agotada en 1946, cuando Joaquín, el pequeño, justamente había cumplido diez años. “A mi madre le vimos llorar lágrimas de sangre porque de las otras ya no le quedaban”, seguían doliéndose sus hijos a la vuelta de medio siglo.
La familia estuvo viviendo un tiempo en Turruncún, un pueblecito de La Rioja hoy abandonado. No había agua ni luz. Se alumbraban con candiles de aceite y carburo, y sacaban unas pesetas de donde podían, recogiendo olivas, cascando almendrucos, lavando para otras familias. Pasaron mucha hambre. “Suelo decir que si alguien hubiese pasado más hambre que yo no podría contarlo porque estaría muerto”, lo ilustraba Francisco.
Entre tanta penuria, mantuvieron vivos el ejemplo y la memoria de su padre: “Yo siempre he dicho que estoy orgullosa de ser hija de un asesinado”, afirmaba Conchi. Pilar, en calidad de hermana mayor, conservó las dos cartas desde la muerte de su madre. Las llevaba encima, o en el bolso, para tener siempre a mano las líneas de caligrafía menuda y elegante, algunas desvaídas por el tiempo y los trasiegos. Podía recitar de memoria sus siete párrafos, sabía dónde empezaba y dónde terminaba cada línea, dónde se estremecía la redacción, dónde la tinta había quedado diluida por las lágrimas. Pero seguía mirándolas con frecuencia, quizá para darse ánimos o para recordarse su propia historia. “Han sido mi padrenuestro”, aseguraba. Las guardó con celo y discreción durante treinta años, hasta que al final de la década de 1970, “cuando Franco ya se había muerto”, las pasó a máquina e hizo algunas copias para los demás. Los textos, aseguran los cuatro hermanos, son la mejor herencia que les pudo legar su padre: “No nos dejó bienes materiales, pero nos dejó su honradez, su dignidad y su orgullo”.
“No sabes quién soy yo”
La historia del fusilamiento de Francisco Castro tuvo un epílogo insospechado quince años después, cuando los cinco hermanos ya se habían resignado a su ausencia. Pilar sufría algunos problemas severos de columna y como en Calahorra no mejoraba, la familia decidió enviarla a un sanatorio de Pedrosa, en Santander. Era 1952 y ella tenía 27 años.
La joven optó por hacer el viaje en tren y se llevó consigo un libro para amortiguar la duración del trayecto. Cuando el tren se encontraba detenido en la estación de Miranda de Ebro subieron a su vagón dos policías y empezaron a pedir la documentación a los pasajeros. Pilar Castro preparó su DNI y lo colocó en la página del libro donde había interrumpido la lectura. Todo estaba en regla, aunque el recuerdo de su padre y la atormentada historia de la familia le provocaron un escalofrío de inquietud.
Cuando los agentes llegaron a su compartimento, fue a sacar el carnet de donde lo había dejado, pero no estaba. Dedujo que se le habría caído por alguna rendija del asiento y se puso a buscarlo mientras los recelos de los policías y su nerviosismo crecían a la vez. No lo encontraba. Explicó lo que había ocurrido, pero los guardias no le creían. Pilar fue alterándose más y más mientras seguía revolviendo sus cosas. Ni siquiera reparó en la presencia de un jesuita con sotana que había estado rezando el Breviario por el pasillo del vagón y que se detuvo silenciosamente junto al grupo para ver cómo terminaba el episodio.
“¿Cómo te llamas?”, le preguntó uno de los agentes.
“Pilar Castro”, dijo ella.
Quizá para aliviar la tensión, el jesuita terció entonces en el diálogo: “¿No serás de Azagra?”, se interesó.
“Sí”, contestó la joven.
“¿Tenías algo que ver con Francisco Castro?”, quiso saber el religioso.
“Era mi padre”, confesó ella.
El sacerdote se dirigió entonces a los policías: “No se preocupen, que yo respondo de la chica”.
Los agentes se apearon, el tren reanudó la marcha y el jesuita se sentó junto a la desconcertada joven.
“No te puedes ni imaginar quién soy yo”, se presentó.
“Pues no”, respondió Pilar.
“Yo soy uno de los que fusiló a tu padre”. Y antes de que la mujer reaccionara, añadió: “Espera que te lo cuente todo”.
El religioso le relató entonces cómo el estallido de la guerra civil le había sorprendido estudiando Medicina, cómo había sido movilizado y cómo había terminado de soldado en Pamplona, donde el 1 de febrero de 1937 le obligaron a formar parte de un pelotón de fusilamiento en la Ciudadela. Lo que le contó de aquella madrugada coincidía perfectamente con lo que ya sabía: que el reo se quitó la venda que le cubría los ojos, que dirigió unas palabras a sus verdugos y que éstos, muy conmovidos, dispararon al aire cuando el oficial gritó la orden.
El religioso había tomado la mano de Pilar Castro y la retenía entre las suyas mientras le revelaba estos detalles. Le contó después que el final de la guerra le dejó muy confuso y que de aquella crisis surgió la decisión de ingresar en la Compañía de Jesús. “Ahora voy a Bilbao para tomar allí un avión a la India, donde trabajaré como misionero”, terminó su historia.
La hija del Paco Castro le despidió con emoción. Nunca volvió a tener noticias de él ni recordaba su nombre.
La carta que Francisco Castro escribió a su esposa dos horas antes de ser fusilado. JOSÉ CARLOS CORDOVILLA
Carta a una esposa
El 10 de marzo de 2003, en el homenaje que el Parlamento de Navarra rindió a las casi 3.000 personas asesinadas impunemente en Navarra durante la Guerra Civil, la parlamentaria de Batzarre Milagros Rubio aprovechó su turno para leer desde la tribuna la otra carta, la que Francisco Castro había escrito a su esposa “dos horas y cinco minutos” antes de ser fusilado en la Vuelta del Castillo.
Toda la cámara escuchó con emoción: “Querida esposa: me despido de ti, en esta última hora quizá feliz y al mismo tiempo la más completa de toda mi vida. Ten presente que jamás te he olvidado nunca, siempre he pensado en hacerte feliz a ti y a nuestros hijos dentro de la moralidad y la honradez, los más felices de todos. Para cuando recibas esta, ya habré dejado de existir, pero mi muerte que no sea jamás objeto de odio, rencor ni venganza. Educa a nuestros hijos e inculcarles en el alma, el amor y la benevolencia para con todos y tú al mismo tiempo procura tener ánimo suficiente para soportar este dolor. Le das a tu madre y al abuelo un abrazo, y a nuestros hijos muchos besos y a ti no sé qué más decirte. Recibe todo un amor y cariño de este que no te olvida ni en la Eternidad”

jueves, 18 de febrero de 2016

HOMENAJE EN EL FUERTE DE SAN CRISTÓBAL 2016


Como cada año estamos organizando el homenaje del Fuerte a los fugados el 22 de mayo de 1938, en unos días concretaremos el acto, por ahora sólo deciros que tenemos el día. Os esperamos a toda/os en las puertas del Fuerte como cada año. 


sábado, 13 de febrero de 2016

LOS FUGADOS DEL FUERTE DE SAN CRISTÓBAL.



SAN CRISTÓBAL



Cae la tarde.
Mayo avanza renqueando
bajo un sol de fusiles agazapados
y esperanzas malheridas.
Dentro es noche a todas horas,
fuera también es noche,
hace ya muchos días, muchos meses
que no amanece.
Entonces se escucha un grito
y la noche tiembla.
La luz se cuela por un resquicio
entre tanto odio
y el fuerte escupe, monte abajo,
harapos anhelantes,
cuerpos desvencijados por el hambre
y la rabia contenida.
Después la luz se agrieta de nuevo,
cede el campo a la boca negra de los fusiles
y ya la primavera se desangra por las faldas de Ezkaba.
La noche tiende otra vez sus brazos eternos
bajo el silencio impuesto por los vencedores.
San Cristóbal: ¡cómo nos duele tu nombre
en la garganta!
Hoy, al fin, te vemos derrotado,
sellada tu boca para siempre.
Únicamente, desde el vientre de tus patios,
nos llega un murmullo contenido
y la voz de Jacinto, Fernando,
Ángel, Leopoldo… aventando desde el pecho
la memoria rescatada.
                                              
                                                KOLDO PLA



 

martes, 9 de febrero de 2016

PRESOS ASESINADOS EN LA FUGA DEL 22 DE MAYO DE 1938

Acosta López Lucas Villavieja (Salamanca)              
Alfageme Cisneros Félix Palacios (Valladolid)               
Alfonso Castellanos Custodio Medina de Rioseco  (Valladolid)             
Allo Sabor Juan O Grove (Pontevedra)
Almundi Peinador Crisanto Ortuella (Vizcaya)                  
Alonso Álvarez Nemesio Matillas de los Caños (Valladolid)                
Álvarez Herrera  Pedro Valladolid                                      
Álvarez Moya Valeriano Alcalá la Real (Jaén)                    
Alzuaz Urquijo Juan Sestao (Vizcaya)            
Andrés Carnicero Agustín Arenillas de Valderaduey (León)
Andrés Gutiérrez Rogaciano Acera de la Vega  (Palencia)
Arias Fidalgo Antonio Tola de Aliste (Zamora)
Arias Prieto Isidoro Valladolid                                   
Arroyabe Alegría Joaquín Vitoria (Álava)
Atienza Muñoz Mariano Valladolid                                     
Ave Estévez José Bueu (Pontevedra)
Ayuso Ucero Agustín Quintanar de la Sierra (Burgos)
Baroja Arozena Feliciano Cenicero (Logroño)
Barrientos Manuel Mugía (A Coruña)
Benito Martín Isidro Valdevacas (Segovia)
Bercial Garzón Demetrio Nava de la Asunción (Segovia)
Blanco Barreiro Adolfo Cristimil (Pontevedra)
Blanco Meiriño Fidel Carballera (Orense)
Bocanegra Borrego Manuel Grazalema (Cádiz)
Bou Nadal Juan Alcoy (Alicante)
Buceta Castro Cándido Boiro (A Coruña)
Bueno Rodríguez Alfonso Jaén
Burgoa González Juan Peñafiel (Valladolid)
Caamaño Lema José Corme (A Coruña)
Camacho Fernández Juan Antonio La Solana  (C. Real)
Campas Santos Pacífico Puente ( A Coruña)
Campos Ares Pascual Lugo
Carballude González José Lalín (Pontevedra)
Cárcamo Castro Tomás Sto Domingo (Logroño)
Carrasco Velázquez Domingo Torrecilla (Valladolid)
Carretero Hernández Albino S.Martín de Trevejo (Cáceres)
Carretero Hernández Escolástico S.Martín de Trevejo (Cáceres)
Casado Sanz Fernando Valladolid
Casado Tabares Leandro Villace (León)
Casero Gutiérrez Doroteo Añover del Tajo  (Toledo)
Cauce San Martín José Verines (A Coruña)
Cea Asorey Manuel Sabrejo (Pontevedra)
Cervantes Bilbao Rafael Bilbao (Vizcaya)
Cibeira Ferreira Manuel Piñor (Orense)
Cordero de los Santos Santiago Valladolid
Corino Portilla Victorino Santander
Corral Domingo Mariano Cuéllar (Segovia)
Costa Piñeiro Julio  A Coruña
Costoya Ares Antonio Sillera (Pontevedra)
Couce San Martín José Verines (A Coruña)
Cruz Jiménez Antonio Jaén
Cuadrado Juez David Valladolid
Cuartero Alonso Francisco Zaragoza
de la Iglesia Sánchez Evaristo Orense
del Amo García Fermín La Unión (Valladolid)
Díaz Díaz  Pedro San Sebastián (Guipúzcoa)
de Diego Martínez Ramón San Asensio (Logroño)
Díez Gutiérrez Celestino Carabanzo (Asturias)
Díez Mateo Hermenegildo Puente Castro (León)
Dios González Eugenio Sta Cristina (Pontevedra)
Dorribo González Enrique Rairo (Orense)
Echasu  Bea Saturnino Zolina (Navarra)
Esteban Muñoz Jesús Portillo (Valladolid)
Fernández Abreu Fernando Rosal de la Frontera l (Huelva)
Fernández Frades Segundo S. Martín de Trevejo  (Cáceres)
Fernández Guimaraes Antonio Guimaraes (Portugal)
Fernández Lavandera Baudilio Quintana de  Raneros (León)
Ferreira de Acebedo José Oporto (Portugal)
Ferro Eiras Arturo Valga (Pontevedra)
Fraile Sánchez Ángel Pelayos (Salamanca)
Freire Monasterio Juan Rivadeo (Lugo)
de la Fuente Ramos Leoncio Fresno el Viejo (Valladolid)
Galindo Acebes  Mariano Coca (Segovia)
García Arranz Emilio Valladolid
García Fernández Julio Valderas (León)
García Humanes Luis Oviedo
García Jiménez Ángel Salamanca
García Lago Luis Teis (Pontevedra)
García Llorente Alfonso S. Vicente Castellet (Barcelona)
García Mayo Amadeo Barcelona
García Sáez Isidro Valladolid
García Tejedor Gregorio Ferradillos (Salamanca)
Garijo Olsón Miguel Elgoibar (Guipúzcoa)
Garmendia Iriondo José Ondárroa (Guipúzcoa)
Garrofé Gómez Fernando Somorrostro (Vizcaya)
Godoy Calvero Atilano Cotobade  (Pontevedra)
Gómez Lorenzo Gerardo Bergondo (A Coruña)
Gómez Martín  Alejandro Pradera (Segovia)
Gómez Valera Senén Puenteareas (Pontevedra)
González Borrego Francisco Salamanca
González Cabaleiro Alejandro Teis (Pontevedra)
González Carreto Gabriel Vistahermosa (Salamanca)
Gracia Llorente Alfonso San Vicente (Barcelona)
Guardia Gracia Adolfo Güejar (Granada)
Gutiérrez Puebla Félix Almorox (Toledo)
Gutiérrez Serrada Baldomero Tudela del Duero (Valladolid)
Gutiérrez López José Castro (Orense)
Gutiérrez López José Pazos (Orense)
Haro Gómez Ramón Encina de Abajo (Salamanca)
Haro Gómez Juan Malpartida (Cáceres)
Herguedas Pascual Jacinto Cuéllar (Segovia)
Hernández Blanco Segundo Vitoria (Álava)
Hernán Montejo Domingo Leciñana de Mena  (Burgos)
Higuera Duro José Valdepeñas (Ciudad Real)
Horas Blanco Luis Luchana (Vizcaya)
Huertas Bravo Ángel Muñopedro (Segovia)
Huertas Saiz Urbano San Martín de Boniches  (Cuenca)
Ibáñez Elduayen Joaquín Pamplona (Navarra)
Ibisate y Mtnez de Apellaniz Emilio Maeztu (Álava)
Iglesias Antonio Gondomar  (Pontevedra)
Iglesias López Gregorio Medina del Campo (Valladolid)
Lacea Sancho Francisco Mendavia (Navarra)
Lafin Drun Eduardo Madrid
Lahera López Jorge Santa Cruz (Toledo)
Lerma Barbeira Gumersindo Puente del Puerto (A Coruña)
Limeres Campos Secundino Arcos (Pontevedra)
Llorente Cifuentes Pedro Mazarrón (Murcia)
Lobeira Juncal Salvador Bueu (Pontevedra)
López Arango Laureano Liñares (Lugo)
López García Isidro Jubera (Soria)
López Prieto Antolín Castrejón (Valladolid)
López Santos Domiciano Castrejón (Valladolid)
López Torrego Francisco Carbonero el Mayor (Segovia)
Luquin de la Rosa Joaquín San Sebastián (Guipúzcoa)
Maíz Landa Vicente Vinaros (Castellón)
Manzano Arteche Marino Valladolid
Marcos Pozas  Ignacio Cuéllar (Segovia)
Mardones Llorente Alejandro Vitoria (Álava)
Martín García  Pablo Cuéllar (Segovia)
Martín Roig Bonifacio Reinosa (Santander)
Martín Valbuena Justo Melque (Segovia)
Martínez Estrada Manuel Citruénigo (Navarra)
Martínez Fidalgo Argimiro Oteruelo (León)
Martínez Gorgojo Román Valencia de Don  Juan (León)
Martínez Somavilla José María Fontibre (Santander)
Mauricio Martínez Angélico Bueu (Pontevedra)
Mavilla Villa Sabino Sieso de Huesca (Huesca)
Mejuto Leis Vicente Cee (A Coruña)
Melgosa Arribas Benito Burgos
Melgosa Arribas Rafael Burgos
Miguel Portugal Emiliano Santibáñez (Burgos)
Millán Cervantes Manuel Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)
Mogollón Acedo Diego Malpartida (Cáceres)
Mollón González Gregorio Fuentelapeña (Zamora)
Morato Rodríguez Ángel Bouzas (Pontevedra)
Movilla Lorenzo José San Martín (Orense)
Muñoz Cuéllar Eduardo Valladolid
Muñoz Fuentetaja Basilio Navalmanzana (Segovia)
Muñoz González Manuel Salamanca
Navarro Sevilla Juan Madrid
Núñez Molares Benito Bueu (Pontevedra)
País Refojos Manuel Bueu (Pontevedra)
Palacín Aizpur Simeón Navascués (Navarra)
Panizo García Alfredo Gijón (Asturias)
Parada Dávila Salvador Bueu (Pontevedra)
Pardo Argüeso Andrés Bergondo (A Coruña)
Paredes Menéndez Benito Avilés (Asturias)
Parra Calvo Felipe Santibáñez de Valcorba (Valladolid)
Pedrosa Prado Ceferino Sahagún (León)
Pérez Aguaron Joaquín Ariza (Zaragoza)
Pérez García Laureano Valderas  (León)
Peris García Ramón Almazora (Castellón)
Picó Pérez Leopoldo Rasines (Santander)
Pinedo Gómez Leonardo San Sebastián (Guipúzcoa)
Pizarro Pereira Emiliano Villar (Salamanca)
Pombo Manuel Coristance (A Coruña)
Pontevedra González Peregrino Cambados  (Pontevedra)
Prieto Alonso Epifanio Quintanilla (León)
Quevedo de la Calle Francisco Cuéllar (Segovia)
Quevedo Sanz Esteban Cuéllar (Segovia)
Ramos Barreno Román El Espinar (Segovia)
Ransal Habif Henry Alcira (Valencia)
Redín Labiano Pablo Pamplona (Navarra)
Rey Carrazo Ezequiel Amusco (Palencia)
Rey Rodríguez Salvador Sarantes (A Coruña)
Rey Torrado Antonio Carril (Pontevedra)
Rey Urceda Manuel Villagarcía de Arosa (Pontevedra)
Reyes Sánchez Domiciano La Maya (Salamanca)
del Río San José  Simón Villalba de los Alcores (Valladolid)
Rivera Bouza Francisco Ferreira (A Coruña)
Rivera Herva Manuel Ferrol (A Coruña)
Rodrigo de Benito Andrés Cuéllar (Segovia)
Rodríguez Gandara Ignacio Paramos (Pontevedra)
Rodríguez Méndez Gumersindo La Rebollada (Asturias)
Rodríguez Quintia Bernardino Valdoviño (A Coruña)
Román Méndez Julio Valladolid
Rubio Álvarez Ángel Navas de Oro (Segovia)
Sainz Plaza Máximo Desojo (Navarra)
Salceda Antón Basilio Rivas del Campo (Palencia)
San Martín Urroz Vicente Pamplona (Navarra)
Sánchez Sánchez Dionisio Torrecilla (Valladolid)
Sánchez Vicente Patrocinio Golpejes (Salamanca)
Sancho Sancho Paulino Carbonero el Mayor (Segovia)
Sancho Suárez Emiliano Cuéllar (Segovia)
Serna Ruiz Manuel Hoz (Burgos)
Souto González Enrique La Cañiza (Pontevedra)
Tato Faro Serafín Mondariz (Pontevedra)
Turienzo González Timoteo Cabrera (León)
Valeiras Rocha José La Cañiza (Pontevedra)
Valeiro Carames Alfonso Los Castros (A Coruña)
Valladares González Antonio Bandeira (Pontevedra)
Varona Clemente José Pancorbo (Burgos)
Vázquez Castro Enrique Creciente (Pontevedra)
Vázquez González Pedro Mingorria (Ávila)
Velado Alonso Manuel Valderas (León)
Velázquez Gómez Benedicto Torrecilla (Valladolid)
Villa Lainz Aurelio San Andrés de Rabanedo  (León)
Villar Cimadevilla Enrique Cruces (Pontevedra)
Vinayo Gutiérrez Leodegario Villaroquel (León)
Zudaire Zudaire Andrés Azagra (Navarra)