Mi nombre es Andrea González Romero, bisnieta de Gabriel Romero Maqueda,
enterrado en el cementerio de las botellas tras morir en el fuerte el 11 de
noviembre de 1942. Mi día a día es completamente diferente al que él vivió a lo
largo de su vida, naturalmente, pero la realidad es que, si actualmente, con 19
años, tengo la oportunidad de estar estudiando en la universidad aquello que me
gusta, es gracias a personas como él que lucharon por la
libertad y los derechos de los obreros. Es cierto que él fue derrotado, pero
paso a paso, tantos luchadores y luchadoras como él fueron forjando esta
realidad de la que disfruto, por eso agradezco tanto haber podido conocer parte
de su historia.
Escribí este testimonio hará ya dos años, pero no podría estar más de acuerdo con ello. Porque el paso del tiempo cambiará muchas opiniones, rasgos,… pero ciertamente el impacto que tuvo en mí esta historia siempre se mantendrá igual de vívido. Solo me queda agradeceros una vez más vuestro trabajo, muchas veces incomprendido, y daros todos mis ánimos para que continuéis trabajando y reivindicando el nombre de todos aquellos enterrados tanto en el cementerio de las botellas, como en tantas otras fosas sin nombre.
Mi testimonio empieza con el
recuerdo. El recuerdo del momento en que mis padres me hablaron por primera vez
del fuerte de San Cristóbal, la historia de las botellas, cómo un extremeño acabó encerrado y enterrado en Navarra y, en definitiva, todo aquello que vivió
uno de mis bisabuelos después de la guerra.
Recuerdo perfectamente la
fascinación que me causó esta historia; me parecía increíble que le hubiese
ocurrido a un familiar mío y no se tratase simplemente de la trama de alguna
película. Recuerdo el golpe que dio en mi vida, cómo removió todo aquello que
creía saber sobre la vida, ya que con 10 años aun habiendo oído hablar sobre la
Guerra Civil alguna vez, desconocía todas las penalidades y la gran represión
que se había vivido durante y después de ella.
Posiblemente a causa de esta
inocencia infantil, aquello que me llevé de la experiencia de visitar el fuerte
y recuperar los restos de mi bisabuelo fueron valores y reflexiones que, si no
hubiese sido por esto, quién sabe cuándo hubiese aprendido y llegado a hacer.
Porque en aquel momento no era
consciente de ello, pero gracias a descubrir lo que le había ocurrido e ir
allí, oír hablar de todo un mundo que había sido desconocido para mí hasta
aquel momento, aprendí sobre toda la política de terror ejercida por el
franquismo. El temor, la marca que dejó en personas como mi bisabuela, que se
vio incapaz de hablar sobre aquello que le ocurrió a su marido hasta cuando ya
había acabado la dictadura.
Me enseñó que una guerra civil se
diferencia del resto de conflictos bélicos en que confronta amigos, primos,
hermanos,…destruyendo así familias enteras y convirtiéndose en un trauma muy
difícil de superar para aquellos que las viven.
Descubrí que, a diferencia de lo
que pensaba, las guerras no acaban con la victoria de alguien, ya que las
consecuencias por haber apoyado a un bando u otro pueden durar para siempre.
Porque muy a menudo, como le ocurrió a mi bisabuelo, el ganador pretende
demostrar su poder y superioridad sobre el resto humillándolos y matándolos de
las maneras más crueles posibles.
Aprendí a apreciar la historia, a
escuchar atentamente y con interés todo aquello que ha ocurrido, ya que siempre
se pueden encontrar paralelismos entre el pasado y el presente. Como también la
importancia que tiene preservar el recuerdo: la memoria histórica. Porque
nosotros somos quienes somos gracias a nuestros antepasados, sin ellos no
tendríamos nada de lo que tenemos. Sin sus luchas, sin sus sacrificios, no
podríamos estar disfrutando de ninguno de los derechos y las libertades que
actualmente tenemos. Una razón por la que considero que lo mínimo que podemos
hacer para agradecerles el presente que nos consiguieron es recordando.
Porque olvidar, hacer ver que una
guerra, una cárcel política, una traición,… jamás ha ocurrido o existido para
así continuar viviendo como si nada, no hará cambiar el pasado, sino todo lo
contrario. Puede acabar produciendo lo que George Santayana, un poeta
hispanoamericano, como muchos otros han comentado a lo largo de la historia, dice:
“aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. Por eso,
tan solo me queda agradecer muy profundamente que se organicen acontecimientos
como este y que haya historiadores que luchen por recuperar la memoria, ya que
es un bien para la sociedad que todos deberíamos intentar preservar.
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