Era
7 de marzo de 2010. Los 17 presos del fuerte que figuran en la placa del
cementerio de Elkarte nos convocaban en un domingo fresco pero soleado. La
comitiva se encaminó desde el pueblo hasta el cementerio donde ellos esperaban
con sus nombres y su origen sobre la placa desnuda.
Como
siempre, la represión no reparó en edades ni oficios.
68
años tenía ya el labrador asturiano de Artedo, Valentín Pardo; 55 el
comerciante salmantino José Aparicio, de Villares de Yeltes; 47 el fontanero
madrileño Víctor López; 27 el leonés de Gordoncillo, Anastasio Morilla, tranviario
condenado en Bilbao; 25 años el sastre Amando Modino, de Valderas, León.
Algunos de ellos posiblemente no
tendrían compañeros de origen, como el venezolano José Natividad Serpa o el
cubano José Diéguez. Otros tuvieron varios compañeros de su mismo pueblo como
Julián Damián, del pueblo cacereño de San Martín de Trevejo, pueblo del que hubo,
al menos, 35 presos en San Cristóbal. Damián, de 21 años, había participado en la fuga del 22 de mayo
junto a su hermano Valeriano, de 19 años. Damián murió aquí en mayo del 41. Su
hermano sería trasladado en el 42
a la cárcel de Astorga.
El
segoviano de Cuéllar, Julián Marcos, de 38 años, también participó en la fuga
del 22 de mayo. Con él iba su hermano Ignacio, de sólo 22, que falleció en la
misma.
El
cubano José Diéguez y el palentino Rufino Pérez también participaron en aquella
fuga. José murió en el 39, Rufino dos años después.
Detrás
de cada nombre hay una historia que tratamos de recomponer, rescatar su
recuerdo, sus sueños, su memoria y darles un sitio entre nosotras.
Joseba
Gil, presidente del concejo, Venancio Pla, de Txinparta, Maite Mené y Fermín
Valencia, cantautor@s, Koldo Laskibar, txistulari y Mikel Larumbe, dantzari, les ofrecieron su palabra, su
canto y su danza.
Una mentira engendró otra mentira,
una locura otra locura,
se hinchó el vientre de la tierra con
vuestros sueños rotos,
y los huesos ausentados y escondidos
nunca supieron
de abrazos últimos ni despedidas.
Luego no hubo nada, nada existió,
aquí nunca pasó nada.
Un silencio abrigó a otro silencio
y una coraza muda envolvió los rostros y
las bocas
como un pacto de miradas subterráneas,
como un burka de la memoria, asumido u
obligado,
como una férrea mordaza que resiste
soles y lluvias,
miradas negras y llantos ocultos.
Y la nada extendió sus sombras hasta más
allá de todo,
mientras los huesos germinaban callados
y pugnaban
por romper la tierra y respirar al fin
algún trozo de aire limpio,
alguna promesa de futuro posible.
Y un día los huesos fueron, de nuevo,
palabras
y una palabra empujó a otra palabra
y verdades a tiras se deslizaron por las
rendijas del miedo
y fueron grito y fueron ojos, caras,
manos,
y fueron nombre de nuevo con mayúsculas
José, Julián, Santos, Luis, Manuel,
Santiago, Benigno, Víctor, Benjamín,
Amando, Anastasio, Valentín, Rufino,
José Natividad,
ya para siempre de los suyos,
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