Jerónimo Zancajo García, preso 1714 de San Cristóbal; su nieto Ricardo nos envió esta carta para leerla en el acto de la inauguración de la placa en el cementerio de Berriozar.
20
de junio de 2009
Queridos
amigos:
Hoy
para un puñado de personas, entre las que me cuento, es un día importante.
Antes de nada quiero agradecer a todos los asistentes, a Txinparta, al pueblo
de Berriozar y a todas las personas que hacen posible este homenaje, su
esfuerzo y su dedicación para poder llevar a cabo este acto de reconocimiento.
Y,
¿por qué es un día importante? Porque la Razón de la dignidad de los pueblos
vuelve a abrirse paso, dejando de lado los miedos de la barbarie, de la
humillación, de las torturas, de la persecución, del escarnio, de la exclusión
y del asesinato sufrido por todos aquellos que un día, con gran valentía o con
imperiosa necesidad, decidieron defender aquello en lo que creían: una sociedad
mejor, más justa, más libre, más democrática, más humana y solidaria para
todos.
Hoy
en Berriozar, con este homenaje, se da otro pequeño paso más en la honrosa
tarea de recoger el testigo de aquellos hombres y mujeres que padecieron y
murieron por defender tan nobles principios.
Entre
aquellos hombres estaba mi abuelo, Jerónimo Zancajo, de la Casa del Pueblo de
Muriel, en Valladolid, cuyo delito fue pretender mejores condiciones de trabajo
y vida para las gentes de su pueblo, siendo hermano de un ex-alcalde
falangista. Una combinación explosiva que poco tardaría en convertirle en claro
objetivo de la represión. Represión que le llevó, junto a otros cuatro
compañeros, hasta el Fuerte en donde la desdicha y el abandono hicieron el
resto para que finalmente muriera en un noviembre de 1937, siendo enterrado en
este cementerio de Berriozar, según quedó registrado.
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Cementerio de Berriozar |
Yo no sé, abuelo, si en las largas
horas, en la fría oscuridad de tu celda, llegaste a pensar alguna vez que
alguno de tus nietos llegaría a interesarse por qué fue lo que te hicieron. No
sé si en la lejanía de los tuyos derramaste lágrimas de añoranza. Las mismas
lágrimas que tu hijo José Antonio derramaba con dos años cuando su hermana
Carmen le alzaba en sus brazos para que pudiera verte, detenido, por la ventana
de las escuelas. Las mismas lágrimas que más de setenta años después siguen
empañando sus ojos cada vez que escucha tu nombre.
No sé si quizá en la terrible agonía de
tus últimas horas llegaste a creer que todo había sido en vano. Ya ves, abuelo,
que no. Aquí, donde escondieron tu cuerpo, después de tanto tiempo, hay nuevos
corazones que son hoy tu corazón y hay nuevas manos que son hoy tus manos para
seguir buscando lo mismo que buscabas tú, la dignidad de las gentes.
Por
eso hoy han venido hasta aquí, para reconoceros especialmente a ti y a los que
contigo fueron enterrados y, por extensión a todos los que fuisteis de algún
modo represaliados, el valor de la entrega que hicisteis; caro tributo que
tuvisteis que pagar por defender los derechos más básicos de los vuestros.
Qué
más puedo decirte, abuelo. Solo GRACIAS por todo lo que supone a día de hoy
vuestro compromiso y entrega de ayer.
La
vida no es sino una sucesión de experiencias que debemos aprovechar para crecer
como personas y como sociedad; crecer en solidaridad, en libertades, en
tolerancia, en justicia... Las vidas de quienes hoy homenajeamos fueron
sañudamente cercenadas por dedicarlas precisamente a promover estos valores.
Homenajes
como el de hoy no borrarán nuestro pesar por todo lo que supuso la represión
contra nuestros seres queridos, pero nos permitirán afrontar el futuro con la
alegría y la moral
que
da el convencimiento de que no fue en vano; y la fuerza y tranquilidad que da
tener la certeza de estar haciendo lo correcto para mejorar nuestra sociedad.
Una
vez más muchas gracias a todos por este homenaje y por la oportunidad de poder
expresarme.
Un
abrazo. Ricardo Zancajo García.
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