Joaquín Urtasun, vecino de Berriozar e implicado familiarmente con presos del Fuerte, aportó este valioso testimonio en la inauguración de las placas colocadas en el cementerio en junio de 2009. Os invitamos a leerlo con calma. Gracias, Joaquín.
20 de junio de 2009 Berriozar
Quiero empezar por agradecer a
Txinparta, así como a las demás asociaciones que llevan años trabajando
desinteresadamente en la recuperación de la Memoria Histórica
y que pese a las numerosas zancadillas y trabas de todo tipo que se encuentran
en su impagable labor, siguen luchando para que todos los que murieron de una
manera trágica por defender sus ideales sean dignificados a su condición de
personas solidarias y de bien, gracias a estas personas hoy podemos celebrar
este Homenaje.
Este cementerio es parte importante en
la recuperación de dicha Memoria, pues no en vano aquí están enterrados los
primeros muertos en el Fuerte, siendo el primero el cántabro Manuel Cerro de 24
años y de la CNT
enterrado el 7 de setiembre de 1934. Tanto el fallecimiento de este preso como
el del asturiano Luís León de 23 años y enterrado el 10 de Octubre de 1935 es
aún recordado por los habitantes más antiguos de Berriozar por los homenajes
que se hicieron en este mismo cementerio con lecturas, flores, mítines y el canto de la Internacional por
los asistentes al acto, alguno de los cuales reposan en este camposanto,
señalar que encima de su tumba se colocó un libro que las generaciones actuales
aún recordamos. Estas primeras muertes en el Fuerte dieron lugar a un paro
general en Pamplona y protestas en el resto del Estado y un motín dentro del
propio fuerte solicitando su demolición.
El triunfo del Frente Popular en
Febrero de 1936 dio lugar a la proclamación de una Amnistía y los 400 presos
que aun quedaban en San Cristóbal fueron
recibidos a las puertas, acompañados a Iruña, donde en el Frontón Euskal Jai se
denunciaron las condiciones de dicho penal y fueron homenajeados.
Pero el Fuerte siguió en pie y a
partir del golpe militar de 1936 se convirtió en lo que todos sabemos.
El 1 de noviembre de 1936, día de
Todos los Santos, por lo visto quisieron añadir nombres al santoral y son
enterrados 21 presos fusilados, se cree que por dar un escarmiento al resto pues
hay de diversa procedencia; asimismo el 17 de noviembre del mismo año son
enterrados otros 4 todos con el mismo parte, traumatismo y muerto al fugarse,
cuando los allí presentes dicen que no hubo tal fuga. Realizaron el mismo
trayecto que hoy nosotros al subir al cementerio, previamente los tuvieron
metidos en cajones en la era que hoy llamamos parque y fueron subidos en un
carro con bueyes por vecinos del pueblo, los más viejos del pueblo aún
recuerdan la macabra escena y de cómo fueron enterrados los primeros 21 de dos
grupos de 14 y 7 con una particularidad que los cajones fueron puestos de pie
en vez de tumbados por lo que se cumplió fielmente el principio de “ más vale
morir de pie que vivir de rodillas”.
En los años sucesivos fueron
enterrados hasta un total de 47 presos a los que hoy homenajeamos. Cuando ya no
cabían más en los cementerios de la antigua Cendea de Ansoain se construyó en
1942 el que hoy se conoce como el cementerio de las botellas.
Lógicamente así como los
enterrados en 1934 y 1935 fueron homenajeados, todos estos fueron enterrados
sin ningún honor, al contrario, como proscritos, pero aun tuvieron suerte pues
fueron inscritos en el Juzgado de Ansoain y hoy podemos rendirles el honor que se merecen pero no podemos olvidar que nuestro querido
monte es tumba anónima de muchas personas que dieron el bien supremo de la persona
que es la vida, por ser consecuentes con sus ideales. Cada mañana cuando paso
por una de estas tumbas sin abrir, según los testimonios de los habitantes de
Berriozar y localizada a escasos 200 metros de aquí, no dejo de pensar en ellos
y en sus familias e ilusiones frustradas y rotas por la terrible represión que
asoló nuestra tierra en el trienio negro de 1936-1939 y eso sin haber frente de
guerra.
Que nunca más y para nadie se vuelvan a
repetir estos hechos.
Por último quiero rendir, si la
emoción me lo permite, un profundo homenaje a mi familia, que aunque tuvieron
más suerte y ninguno fue asesinado, sí participaron activamente con gran sufrimiento en lo vivido
en estos años.
Mi abuelo fue Miguel Echarte Errea,
elegido Alcalde de la primera Junta de Oncena de Berriozar el 23 de Setiembre
de 1920, bajo su mandato y gracias a su trabajo e ilusión se hicieron muchas
cosas en el pueblo, destacando la construcción de la primera Escuela,
inaugurada en 1921, ahora que tan fácil se proponen nombres para futuras
calles, ahí tenéis uno. Era cantero y fue unos de los pioneros en la fundación
de la UGT de
Pamplona y falleció al hundirse la zanja que construía en la calle Ciudadela de Pamplona. Una semana
antes del accidente llevó a mi madre para que viese en qué condiciones
trabajaba. Dejó viuda y seis hijos de corta edad.
Uno de estos hijos fue Rafael
Echarte Gracia que con grandes condiciones para el estudio se dio cuenta que su
madre no podía costearle una carrera y tiró los libros por el puente abajo y comenzó
a trabajar de carpintero; detenido la noche del 18 al 19 de julio de 1936 junto
a Jacinto Ochoa y otros compañeros pertenecientes al Partido Socialista
Unificado en el Bar Bilbao, permaneció en la prisión del Fuerte San Cristóbal
hasta 1940, estando presente en la fuga del 22 de mayo de 1938, sin llegar a
fugarse pues consideró, como muchos otros, que dicha fuga estaba condenada al
fracaso. Durante todo este tiempo su madre Inés y sus hermanas Encarna, Leonor,
Dora y Dioni, principalmente esta última, suben prácticamente todos los días
para llevarle la comida, algunas veces con hasta un metro de nieve. Os podéis
imaginar la angustia de estas mujeres el domingo de la fuga, ya que por la
mañana habían estado en el Fuerte sin sospechar nada y al atardecer se
encontraron con la presencia de los matarifes en el pueblo y alguna voz
caritativa que gritaba “ Que los maten a todos”.
Amnistiado, es nuevamente
detenido al estar reunido en Villava con otros compañeros y condenado a la pena
de muerte, conmutada por 30 años, rebajada posteriormente a 20 años y un día
siendo esta rebajada mediante un indulto, permaneciendo en prisiones durante 15
años.
Fue puesto en libertad en 1956,
con 46 años adaptándose a la vida y sabiendo disfrutar de ella hasta su
fallecimiento en 1986 cuando se comenzaba a preparar el monolito en recuerdo de
la fuga, inaugurado en 1988. Según la opinión de algunos vecinos del pueblo,
pues en mi casa delante mía, para no hacerme partícipe se su sufrimiento,
prácticamente nunca se habló de estos temas, fue liberado de morir asesinado
por la mediación del párroco D. José Mª
Solabre, así como de otro vecino, hermano de mi abuela, cuando le iban a
dar pasaporte unos falangistas, dicho sacerdote pese a su leyenda, con mi
familia se portó extraordinariamente.
Como anécdota comentaré que
Rafael fue presidente de la
Agrupación de Viviendas
San Esteban para los vecinos del pueblo al final de los sesenta y le
quisieron proponer para Alcalde, a lo que contestó que cómo iba a ser Alcalde
si seguía mandando Franco que lo había condenado a muerte.
En 1990, una vez fallecido,
siendo presidente Felipe González, se concedieron indemnizaciones para las
personas que sufrieron prisión, que según Ley a mi tío le hubiesen
correspondido 1.800.000 pesetas, pero como estaba soltero y pese a que mi tía
Dioni escribió al propio presidente, no le concedieron, pues solamente era para
esposas e hijos, cuando es claro que ellas sufrieron lo indecible durante
aquellos años.
A mi madre Leonor le raparon
el pelo junto a otras compañeras.
El otro hijo, Felipe,
obligado a ir al Frente, murió una vez finalizada la guerra como consecuencia
de las fiebres que contrajo en dicha contienda; el otro día me recordaba un
vecino cómo se enfrentó a Rafael Aizpun,
ministro de Justicia, cuando dio un mitin en las escuelas de este pueblo.
Otro de los presos de San
Cristobal, fue Marcelino Iriarte, casado con mi tía Dora y que una vez liberado
del penal y estando en mi casa cortejando a su novia, vino a buscarle la Guardia Civil, escapando por la
ventana de atrás y huyendo a Francia, a donde posteriormente se trasladó mi tía
Dora para casarse, falleciendo sin regresar a , a la edad de 42 años.
Deciros, para finalizar
este relato de la pequeña historia de una familia de Berriozar, que tanto mi
abuela Inés como mi madre Leonor y mí tía
Dioni tienen sus tumbas detrás de nosotros, por lo que espero se sientan
felices por este reconocimiento.
POR TODOS ELLOS QUIERO
REALIZAR ESTE BRINDIS
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