Este 19 de noviembre ha sido
un sábado lluvioso y frío. Convocados por el Gobierno de Navarra y cobijados
por las carpas, autoridades, grupos de memoria, familiares... nos hemos reunido
para inaugurar este sencillo y bello Memorial de los Centros de Detención.
Grupo escultórico que mira a la tierra dignificando tanta fosa dispersa por
nuestra geografía. Espacio de reflexión y de agrupamiento donde todas las
víctimas se dan la mano. Encuentro de vivos y de muertos enlazados por la
memoria.
Entre las tierras de
diversas fosas, reunidas en este lugar, Txinparta aportó la que cubre los
restos de Miguel de los Ríos Muñoz, la tierra del Cementerio de las Botellas,
la tierra del Fuerte San Cristóbal. Allí estuvo también Florentino Rubio
Martínez, cuya nieta, Blanca Oria, nos aportó la preciosa
reflexión que aquí abajo compartimos.
En el álbum de fotos podéis
ver distintos aspectos de la inauguración de este Hipogeo realizado por el escultor
Alberto Odériz, también presente en el acto.
FOTOS DEL ACTO
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Blanca Oria Rubio TEXTO LEÍDO EN EL ACTO |
El 7
de diciembre de 1941 los nazis impusieron un decreto cuyo nombre estaba
inspirado en un canto de la ópera de Wagner “El oro del Rin”. Se llamaba Noche
y Niebla (NN) y consistía básicamente en hacer desaparecer a las personas y
borrar completamente su huella. “Una intimidación efectiva y duradera solo se
desaparecer a las personas y borrar completamente su huella. “Una intimidación
efectiva y duradera solo se logra”, decía el decreto, “por penas de muerte o
por medidas que mantengan a los familiares y a la población en la incertidumbre
sobre la suerte del reo”. La desaparición de alguien sin dejar rastro debía
llevarse a cabo cuando existiera la certeza de que se iba a aplicar la pena de
muerte. Hasta ahí llegaba la crueldad en grado máximo, la niebla se espesaba
alrededor de las víctimas, pero al llegar la claridad, se fingía que no había
pasado nada. En eso consistía la noche y la niebla, en “No transmitir ninguna
información sobre el destino o lugar de la muerte” de una persona cuyo terrible
futuro inmediato ya estaba escrito de antemano.
Desconozco
qué decreto, si es que lo hubo, impulsó en este lugar que ahora pisamos y en
algunos de los edificios que nos rodean aquella tortura extrema, pero varios
años antes de que los nazis crearan una norma maligna inspirada en un canto
operístico, aquí ya se había practicado la retención forzosa de miles de
personas en varios espacios que podemos alcanzar con nuestra mirada.
Soy
nieta de Florentino Rubio Martínez, un labrador asesinado en 1937 en una cuneta
en el pueblo de Beriain cuando tenía 42 años. Un hombre que estuvo retenido sin
causa varios meses en la cárcel de Estella y luego, tras ser firmada su puesta
en libertad, fue secuestrado y traído al fuerte de San Cristóbal (ese que se ve
desde aquí) para sufrir las consecuencias de esos centros de detención,
retención y exterminio físico y moral a los que varios miles de personas en
Navarra fueron condenados sin juicios.
Eran
hombres y mujeres a los que quisieron borrar: “Borrar hombres de la lista de
los vivos y borrarlos también de la lista de los muertos”, como dejó escrito
Gerard Wacjman. Pero, y en esto se equivocaba la filosofía del malvado decreto,
detrás de ellos y de ellas había más tenacidad y seguramente mucho más amor del
que calcularon.
Por
eso estamos aquí más de ochenta años después y tres generaciones de hijos,
nietos y bisnietos más tarde. Porque eran los nuestros, así llamaba mi abuela a
mi abuelo desaparecido, “el nuestro”.
Los
restos de mi abuelo, como los de miles de personas, algunos de ellos familiares
de quienes estáis hoy aquí, estuvieron en paradero desconocido durante décadas,
muchos siguen sin aparecer. Mi madre los encontró a principios de los años
sesenta, en una exhumación temprana aunque ella ni siquiera supo que era así
como se le llamaría en el futuro.
Los
recogió con sus propias manos para llevarlos a su pueblo, una pequeña localidad
de Navarra llamada Torres del Río.
Hace
unos pocos años su tumba volvió a desaparecer del cementerio de su pueblo, pero
tras un largo proceso hace apenas unas semanas hemos vuelto a colocar una nueva
lápida después de decenas de dificultades y de un millón de incomprensiones.
Pero hoy allí está. Y está porque es importante que existan hitos, como éste
que se inaugura ahora, en los que nos podamos detener y aprender y no olvidar
qué pasó en otro tiempo en los paisajes en los que ahora habitamos.
Mi
abuela y sus hijos nunca tuvieron armas para defenderse de cuánto les rodeaba.
Seguramente no es casualidad que se proveyeran de lo único que podían hacerlo,
de paciencia. La verdad es que antes la gente utilizaba mucho la frase armarse
de paciencia.
Mi
madre solía decir que había que saber esperar, esperar y esperar hasta que la
pelota volvía por fin a tu mano. A veces sucedía. Las familias de asesinados
han tenido pocas veces la pelota en su mano, pero aún así han seguido en su
empeño día tras día sin abandonar su esperanza.
Porque
no hay noche ni niebla que dure para siempre. Lo digo por si alguien, alguna
vez, en alguna parte de este planeta creyó que pudiera ser así.
Marguerite
Duras creó una imagen mucho más poética sobre todo esto cuando dijo que no se
podían construir diques contra el Pacífico, al océano no se le puede poner un
bloque de hormigón delante y pretender que se quede impasible.
Creo
que por eso hemos llegado hasta aquí y por eso seguimos, provistos aún de la
fuerza, el amor y el dolor que nos dejaron en herencia.